20/2/09

Tuning fiestas

Atraídos por colores extravagantes, diseños próximos al mundo de la competición, rugidos salvajes de sus motores o por el sonido discotequero proporcionado por sus fabulosos y atronadores equipos de música, los tuners –así se autodenominan los seguidores del movimiento; en español, tuneros– no cejan en su empeño de construir una escultura sobre ruedas. Porque, para ellos, su meta final es diseñar un coche irrepetible: único en el mundo.

La primera regla dentro de este fenómeno tan complejo como atrayente es que, precisamente, no hay ninguna regla. Imaginación al poder. Libertad exagerada, que incluso se entremezcla con conatos de libertinaje, provocando críticas feroces en el seno de las firmas automovilísticas. Y es que el tuning es como un veneno, una vez te atrapa es complicado encontrar su antídoto.

La introducción en este mundo es bastante común y conocida por todos: los pequeños retoques externos como la colocación de unas llantas o las lunas tintadas maquillan el vehículo, en un gesto de su dueño por hacer de su coche el más guapo de la calle. El salto cualitativo se produce cuando el automóvil visita al cirujano. Ahí se inicia una carrera imparable por transformar un vehículo de serie en una obra singular y de autor, en donde la sobreabundancia de elementos exteriores como alerones, taloneras, branquias y faldones colma el deseo de personalización de cada quien.

Lejos de concebirse como un fenómeno aislado y marginal, el veneno del tuning se extiende a un ritmo vertiginoso en todo el mundo occidental, sobre todo entre los jóvenes veinteañeros. Para ellos, preocupados eternamente por su aspecto físico, sus respectivos vehículos son una extensión de ellos mismos. Por eso los miman, los decoran y los travisten hasta decir basta. Incluso los cultivan por dentro con filtros de aire, colectores o colosales tubos de escape, todos ellos encaminados a otorgarles a sus coches una potencia superlativa.

La filosofía de este fenómeno parte de la idea de personalizar y diferenciar al vehículo del resto. Sin embargo, a pesar de lo que se pueda pensar no es un fenómeno reciente. Nada más concluir la Segunda Guerra Mundial, en EEUU la situación de las fábricas de automóviles era precaria. Todas ellas colaboraron en la producción de la maquinaria de guerra estadounidense, lo que acentuó notablemente el ingenio de los jóvenes compradores. Ensamblando piezas de repuesto y con una imaginación encomiable, en la década de los 50 circularon verdaderas joyas por las carreteras norteamericanas. Ellos lo desconocían pero fueron los impulsores definitivos de un fenómeno de masas, originado años atrás en el periodo de entreguerras.

Alemania, eterna adelantada sobre cualquiera de sus vecinos y levantada de una guerra atroz que demolió la mayor parte de sus estructuras productivas, acogió entre los años 50 y 60 las primeras transformaciones de vehículos de serie en el Viejo Continente. En aquellos momentos, la personalización de los automóviles estaba claramente orientada hacia una mejora de las prestaciones mecánicas. Incluso, en sus orígenes, el mundo de la competición y el tuning eran frecuentemente confundidos.

Pasatiempo para unos, forma de vida para otros, el movimiento no conoció frontera alguna. Fue evolucionando, desarrollándose y expandiéndose hasta lugares insospechados. Muestra de ello fue que a finales de los 80, con el auge de las primeras concentraciones de tuneros, se convirtió en un auténtico mosaico de países y culturas. Eso sí, estadounidenses, europeos occidentales y australianos marcaban la pauta.

Pero si hubo unos años en que el tuning despegó definitivamente fueron los 90. Jóvenes hambrientos de nuevas y trepidantes experiencias, y ligados en muchos casos a la música bakalao, se citaban en diferentes ciudades, sobre todo europeas, para atravesar centenares de kilómetros con el propósito de mostrar al mundo sus remodeladas piezas automovilísticas. En España el tuning tiene un inicio relativamente discutido y polémico, ya que nace de la mano de la ruta del bakalao, perseguida con dureza por las Fuerzas de Seguridad del Estado por su relación con el mundo de las drogas. La carretera nacional que unía Madrid con Valencia, entonces con prolongados y frecuentes tramos de calzada única, hacía las delicias de los precoces tuners españoles. Vehículos potenciados y sobrecargados de alerones y demás extraños elementos (para un profano) se fueron abriendo camino y marcando tendencia en nuestro país.

Desde aquellos controvertidos comienzos, el movimiento se ha ido deshaciendo de algunos prejuicios, aunque sí que es cierto que siempre ha estado muy ligado a la música. Las macrodiscotecas valencianas han sido sustituidas por equipos de sonido atronadores incorporados en los mismos coches, compuestos por altavoces en las puertas y el salpicadero del vehículo, amplificadores y subwoofers. La meta del car audio (como lo denominan los profesionales del sector), ahorrarte la entrada de la discoteca.

La explosión protagonizada por el tuning en los últimos años ha diversificado sus formas, conceptos e, incluso, fines. Los países de Europa occidental, con Alemania a la cabeza, prefieren más los logros deportivos que cualquier alarde de diseño externo. Su aventajada situación económica les permite invertir en grandes dosis en el tuning de competición. Sin embargo, en EEUU, y también en España, el esfuerzo artesanal por coronar al vehículo como un referente de la concentración de turno continúa siendo primordial.

Precisamente, son las concentraciones donde cualquier tuner que se precie desea fervientemente exponer su coche. En España, el Barcelona Tuning Show y el Madrid Tuning Show & Festival se han convertido en las citas obligadas para los amantes de este fenómeno. En estos salones hay un denominador común que nunca puede faltar: la presencia de azafatas sugerentes y a menudo ligeras de ropa.

Para terminar, es oportuno hacer una distinción elemental entre los niveles del tuning, notablemente marcados por las limitaciones económicas de cada uno. Y es que, además del más básico, al alcance de los bolsillos más modestos, existe el de exhibición, con coches preparados a conciencia o encargados por empresas para salones organizados; así como el tuning racing, en el que vehículos de competición sometidos a todo tipo de modificaciones tecnológicas desarrollan velocidades estratosféricas.

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